Dicen que con el diario de ayer, todo es más fácil. Leyendo, o mejor dicho, re-leyendo algunas de las entradas de este blog, entiendo que puede que no sea así.
Luisita, al final, no resistió al dolor de tener que volver a empezar a los 75 y murió.
Kafir, la negra hermosa rellena de dulce de leche a la que adoptamos de la calle tiene que encontrar casa en otro lugar.
Mi perfecta historia de amor, se terminó.
Pero acá estoy. Y ya no soy la misma.
En este tiempo aprendí que uno no «es» nada, sino un simple papel en blanco sobre el que a cada segundo se escriben nuevas palabras. Estamos hechos de palabras: Lo que otros dijeron de nosotros, lo que el espejo de los otros nos enseñó respecto a qué y quienes somos, qué hicimos y qué podemos o no podemos hacer.
Otros nos nombraron, nos juzagaron, nos llenaron de miedos y fantasmas. Y hoy, nuestro fantasma explica nuestra existencia, y nos justifica: Nos permite decir «yo soy así y no voy a cambiar». Pero no es cierto. No hay nada que no podamos cambiar. A lo mejor, el color de los ojos, la tendencia a engordar, las carcajadas ruidosas o el sabor de las lágrimas. O la aparición de celulitis, el surgimiento de las canas y el no ser un heredero de la familia Fort. El saber que algún día vamos a morir.
El resto… todo el resto depende de nosotros. No importa qué dice el diario de ayer, ni el de hoy, ni lo que va a decir el de mañana porque las cosas suceden como tienen que suceder. Lo que podemos transformar es lo que nosotros somos y hacemos con las noticias.
Podemos dejar que lo que los otros dijeron de nosotros nos determine, o podemos decidir.
Durante mucho tiempo me dijeron que yo no me permito volar, hasta que mis alas no pudieron soportar mi propio peso. Me dijeron también que no sé amar, que no me permito ser feliz, que no soy cariñosa. Y anduve por la vida sin saber amar, infeliz y seca.
Hasta que descubrí que fueron los otros los incapaces de percibir mi amor. Yo amaba con peras a quiénes sólo estaban dispuestos a aceptar bananas. Pero amé. Amé tanto que lo mejor que pude ofrecer de mí fue la libertad.
Amé libremente a alguien que esperaba cadenas.
Amé con transparencia a alguien que buscaba sombras en un cuarto oscuro…
Es hora de perdonar. Mis errores y los ajenos.
Es hora de ser libre.
De borrar lo escrito.
Y volver a empezar.